Las Emociones Positivas
Todas las emociones nos desencadenan automáticamente disposiciones a actuar (Frijda, 1986). Lo hacen generándonos impulsos que tendemos a seguir. William James, a finales del siglo XIX, ya nos enseñaba que las sentimos incrementadas cuando seguimos los impulsos que despiertan en nosotros. Por ejemplo, si vemos un oso en un bosque, se nos disparará el miedo y lo sentiremos mucho más fuerte cuando corremos, porque nos tendrá que generar la suficiente adrenalina para ponernos alas en los pies.
Todas las emociones tienen una función positiva para la persona, por ejemplo, el miedo o la ansiedad son reacciones para enfrentarse o huir de una amenaza, lo que seguramente ha permitido a la especie humana sobrevivir. Incluso emociones que aparentemente nos llevan a la inacción tienen una función positiva. Por ejemplo, la tristeza tiene la función de pedir ayuda a los demás, porque si lloramos, despertamos en los demás la compasión y los movemos a ayudarnos. Otro ejemplo del mismo tipo es la depresión que puede tener la función de reducir nuestra actividad ante el agotamiento de nuestras capacidades de lucha, con el objetivo de recuperar fuerzas.
Es lógico que si estamos ante una amenaza y, en consecuencia, sentimos ansiedad, queramos dejar de sentirla, fundamentalmente porque eso significará que ha desaparecido la amenaza. En este sentido podemos calificar las emociones como negativas cuando deseamos que desaparezcan. A la inversa, cuando queremos que permanezcan las consideraremos positivas. Por ejemplo, si sentimos alegría porque vemos a alguien querido, querremos mantener la emoción y, por tanto, consideramos la alegría como positiva.
Las emociones positivas no solamente nos provocan placer, también tienen efectos beneficiosos en nosotros más allá de las sensaciones que nos hacen sentir. Se ha demostrado que nos hacen más creativos tanto en el pensamiento como en la acción, neutralizan nuestras emociones negativas y potencian nuestra capacidad de recuperar nuestros estados psicológicos normales después las desgracias y los traumas que sufrimos. Además, la experiencia de emociones positivas se da junto con la mejora de nuestras capacidades personales, intelectuales, físicas, sociales y psicológicas. Se da así un efecto de realimentación positiva que nos transforma (Hefferon y Boniwell, 2011 páginas 24 y 25).
Las emociones negativas son inevitables en nuestra vida, siempre se dará una pérdida, un fracaso, un error, que nos las disparará. En consecuencia la felicidad no puede depender de su ausencia, sino del equilibrio entre la cantidad e intensidad de las emociones positivas frente a las negativas que tengamos. Se ha realizado un modelo matemático que indica que para que se dé el crecimiento y desarrollo de la persona se tienen que dar las emociones positivas en una razón de 3 a 1 sobre las negativas (Fredrickson y Losada, 2005). De aquí la importancia que damos a fomentar en nuestros pacientes las emociones positivas para llevar una vida plena.